sábado, 3 de diciembre de 2016

ME SIGUE INDIGNANDO QUE LAS EMPRESAS SE APROVECHEN DE LA TELETÓN

¿No le da a Don Francisco, cuando baila sonriente haciéndole publicidad a toalla Nova, un poco de pudor? ¿Por qué diantres no puede decir simplemente “toalla Nova está en la Teletón”? ¿Por qué tiene que decir “limpia seca y se va”? Y por si fuera poco ¿por qué tiene que decir, además de “limpia y seca”, absorbe, abrillanta, cuida, salva, higieniza, enfría, arregla, trapea y se va? ¿No le producirá un poquito de ruido el pensar que hay gente que se puede ofender por una tan burda dádiva a una empresa que estafó -coludiéndose- por casi una década a todo un país, ricos y pobres, con 800 millones de dólares, y que aún no informa cuál va a ser su método de retribución? No, no le da pudor, porque nadie impidió el año pasado que Confort de todas formas participara en la Teletón, aportando el miserable monto de 460 millones de pesos, piolita, sin publicidad, y aun recibiendo el beneficio tributario permitido por la Ley de Donaciones, que por la mínima ganancia que provoca en la empresa donante anula cualquier atisbo de verdadero desprendimiento, de verdadera solidaridad.
La Teletón, la fundación surgida en dictadura y controlada hasta hace poco por el recientemente privado de libertad Carlos Alberto Délano, la fundación que suple la construcción del Estado de centros de rehabilitación, contratación de profesionales y adquisición de equipos, ha rehabilitado a más de setenta mil chilenos, y sigue tratando al 85% de los menores de veinte años en situación de discapacidad, por un acuerdo con Fonasa. Nadie podría estar en contra de la Teletón, a secas. Todos tenemos en el barrio a un amigo que se ha tratado en la Teletón, todos sentimos el cariño de un equipo médico cuando vemos el logo de la Teletón detrás de una silla de ruedas en el centro. Hay un vínculo emocional, porque no puede haber nada más noble que el trabajo desmedido por ayudar a un ser humano a caminar, a volver a comer, a hablar. Pero ese legítimo vínculo, ese agradecimiento por la nobleza, no puede cegarnos, no puede impedir que sintamos rabia cuando en todos los medios de comunicación las marcas, que representan sólo el 30% de la meta final, sacan provecho económico a través de las publicidades más burdas. Empresas que, en más de un caso, no son de los trigos más limpios y solidarios.
¿Hay solidaridad en Homecenter Sodimac, que en los mismos días en que sus trabajadores –de sueldo de 350 mil pesos promedio- iniciaban una huelga larga y triste, lanza un comercial en que una niña usa el logo de la marca como una alcancía? Una niña feliz dentro de la tienda, donde los trabajadores sonríen y son felices, imagen en las antípodas de la infinita decepción de los que hace días tuvieron que informar en sus casas que el patrón descontó tanto que la liquidación llegó por doce mil pesos. ¿Ningún periodista dirá nada al respecto en el Teatro Teletón, cuando los gerentes de Somimac, los mismos que mandan soberbios retos a sus sublevados súbditos por Youtube, hagan un aporte burlesco, como los 155 millones del año pasado? Pero claro, para Sodimac, propiedad de Falabella, que a la vez es dueño de Mega –canal que transmitirá el show desde esta noche-, el objetivo está cumplido: El logo de la marca, convertido en alcancía, en manos de una niña, se ha quedado en miles de espectadores como símbolo de la mayor generosidad, la ejercida hacia los niños. Bueno sería que Mega, bueno sería que los rostros que brillen esta noche, se detengan un poquito a pensar si es o no generoso dejar sin navidad a los hijos de los trabajadores en huelga en Valdivia, como Sodimac informó hace unos días para luego rectificar, como reacción al repudio en redes sociales. Ruin.
“¿Por qué Daily es el endulzarte de la Teletón? Porque con Daily todo queda exquisito”, dice otro comercial. Qué violento, Don Francisco contando las bondades de la stevia. A mí -y a muchos- ese abuso, el ejercido aprovechándose del sentimiento noble que mueve a colaborar por niños enfermos, para destacar las virtudes de una marca y por consiguiente vender más, me violenta, me agrede. ¿Qué cresta tiene que ver el sabor de un endulzante con la obra de la Teletón? Es burdo tratar al espectador como alguien pasivo ante esta jugada comercial, es burdo pensar que nadie se va a indignar, es burdo asumir que todos van a tolerar esa falta de respeto. Si ya es indignante que marcas que aportan a una cruzada -que llena el espacio de un rol que debería ser del Estado- hagan publicidad de su aporte -que además les beneficia tributariamente- con la exposición de los niños, más indignante es que expriman la imagen hasta más no poder y exploten la emocionalidad de la Teletón vinculándola al sabor de un aceite, o de una comida para perros.
Por respeto a los niños, por respetos a nuestras familias y a nosotros mismos –que si el día de mañana tenemos un accidente deberemos ser atendidos, agradecidos, en la Teletón-, es justo indignarse y decir que es grotesco el show publicitario de marcas que, además, aportan una cifra minoritaria de la meta. Es justo pensar que si la Teletón la subvencionan en forma minoritaria las empresas, ¿por qué prestarse de todas formas para un show en que las marcas son durante dos meses las protagonistas y beneficiarias directas –a nivel de imagen y ventas- de la campaña? porque Don Sergio de San Joaquín, que se pone con cinco lucas, no tendrá ningún beneficio de impuestos a fin de año, y además será constreñido, chantajeado emocionalmente por una marca que le dice que la debe preferir, que la debe comprar, por noble, y aceptar su posterior beneficio tributario. La recompensa para Don Sergio será simplemente la belleza de ayudar al otro, ratificando, de paso, la idea de que la salud e integridad de un compatriota depende del nivel de nuestra compasión, sin garantías, sin derechos.

Por último, no se debe dejar de insistir en lo falso del argumento que dice que está bien que la rehabilitación en este país sea obra de una campaña solidaria privada, porque el Estado no puede. Es falso, porque el Estado sí puede, miren la cantidad de plata irrisoria que todos los años se va a las Fuerzas Armadas por las ventas de Codelco. Lo que pasa es que ha pasado tanto tiempo que ya hasta nos agota cuestionarnos, estamos tan acostumbrados a un modelo de desarrollo en que las ganas o no ganas de un privado solucionan todo, que cada vez afecta menos ver el problema de que un niño enfermo, hijo de un Estado, bajo la responsabilidad jurídica de un Estado, dependa del azar que es la voluntad compasiva de un circunstancial donante, de una empresa que usó tu imagen en silla de ruedas durante dos meses para vender más productos, donar una migaja y salir en la foto de una fiesta que no les pertenece. Porque la fiesta del sábado de madrugada, en el Estadio Nacional, es realmente la fiesta de los vecinos más humildes de Chiloé, Vallenar o Punta Arenas, esos que caminarán sin ningún afán más que el de colaborar, para entregar un par de luquitas en la sede de un banco. Ese corazón, ese espíritu de la Teletón, es el espíritu más profundo de la nobleza que podemos tener los chilenos. Por eso indigna, una vez más, que tantas intenciones y obras buenas sean aprovechadas, otra vez, por entidades que han dado tantas muestras del lucro y el provecho económico como único -o por lo menos principal- móvil de sus actos. Me sigue indignando que las empresas se aprovechen de la Teletón.